Las mejoras en los países menos desarrollados demuestran la eficacia de los Objetivos de Desarrollo del Milenio y del trabajo que hacemos todos para mantener la tendencia positiva, porque las condiciones de vida de millones de persona han experimentado una mejora gracias al esfuerzo conjunto realizado durante los últimos 25 años. Sin embargo, todavía queda mucho por hacer, y se refleja en un indicador tan básico como el acceso al agua potable, cuestión que África sufre de forma muy fuerte.
Cierto es que de 23 países con un acceso menor al 50% en 1990 han pasado a 3 en 2015, incluso la parte subsahariana del continente aumentó el uso de fuentes de agua potable en un 20%. Pero otros datos nos recuerdan que no es suficiente, como que el 40% de colegios y centros sanitarios carecen de instalaciones básicas de agua, saneamiento e higiene y tienen que andar más de 500 metros para acceder a agua potable; 5,9 millones de niños menores de 5 años mueren anualmente por causas relacionadas, las enfermedades diarreicas suponen la tercera causa de muerte entre los más pequeños o que 161 millones de niños sufren retraso del crecimiento o malnutrición crónica. Está claro que todavía queda queda mucho en lo que trabajar.
Sin embargo, los privilegiados que abrimos los grifos de nuestra casa y recibimos agua potable, preferimos ignorar la situación de los más desfavorecidos, poniendo la primera piedra del muro de desigualdad y falta de justicia. Los hechos nos demuestran que si todos nos implicamos las cosas pueden cambiar, así como salvar la vida de tantísimas personas que mueren porque ni si quiera tienen un bien tan básico para la supervivencia como es el agua. Porque ya no son solo las guerras y los conflictos los que hacen mella en la sociedad africana, sino los problemas y la repercusión de la falta de agua potable en la salud. Podríamos evitar 842.000 muertes cada año con la mejora del agua, el saneamiento y la higiene. En nuestra mano está decidir si somos parte del problema o parte de la solución.